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Category — Familia

Señor Chinarro – El lejano oeste

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March 22, 2009   4 comentarios

Mi hermana Carmen me acarició

Cuando yo tenía unos días de vida y ella acababa de cumplir dos añitos, al intentar llamarme por mi nombre (Juan Jesús) sólo le salía un sonido parecido que puede escribirse como Banyú. En esos momentos, no sólo estaba “bautizándome” de forma bastante más efectiva que el sacerdote de la parroquia de los Escolapios que lo haría en la misma fecha, sino que me acariciaba, según los griegos, o me ponía el hipocorístico que gobernaría mi vida. Yo sabía que no podía ser sólo un mote, estaba seguro de que tenía un nombre mucho más grandilocuente. Pues eso. Nunca una caricia duró tanto.

March 11, 2009   15 comentarios

San Juan Macías

Siempre pensé que el día de mi Santo era el 24 de junio, festividad de San Juan Bautista. Pero hace algunos años, un amigo me dijo que se acordó mi al ver en el santoral del día que se celebraba San Juan Macías. Tal es mi nombre y el de mi padre, fue el de mi abuelo, y creo que el de alguno más de mis ancestros.

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A partir de ahora, cada 16 de septiembre será un día especial para mi.

March 1, 2009   2 comentarios

A la Plaza de San Lorenzo

El lunes pasado paseaba por Sevilla realizando gestiones varias, y tuve sensaciones muy fuertes. La de sentirte un turista en tu ciudad fue una de ellas. La otra, evocando recuerdos de mi infancia en la Plaza de San Lorenzo, son indescriptibles.

Nací viviendo mis padres ya en Montequinto, una impersonal ciudad dormitorio a las afueras de Sevilla. Mi padre sí que nació en la calle Teodosio, muy cercana a la Plaza de San Lorenzo. De ahí nuestra filia por la Virgen de la Soledad de San Lorenzo. De él aprendí a quererla, y con él he hecho estación de penitencia a la Catedral muchas Semanas Santas.

El ambiente de la Plaza es fantástico. Entre semana, por las mañanas, las amas de casa, los parados y los jubilados se agrupand en los bancos y en los bares para desayunar juntos y comentar la actualidad del barrio, la ciudad, el país. Fútbol y política son las estrellas de los debates populares. Hay cosas que nunca cambiarán.

El bar en el que desayuné ayer, el que despertó gran parte de los recuerdos que me emocionaban, se llama El Sardinero. Supongo que en honor de la playa santanderina, pero no puedo confirmar este extremo. Recuerdo la tensa espera cada Sábado Santo, cuando todavía no era lo suficientemente hombre (según mi padre, yo tengo mis dudas) como para realizar el recorrido entero de la Hermandad de la Soledad. Las imágenes de mi madre, mis tres hermanas y mis abuelos se confunden con las interminables hileras de nazarenos. Túnica blanca, cíngulo, manguitos, escapulario y antifaz negros. Cruces marrones. Mi padre, reconocible por los pies, la mirada y un levísimo saludo con la mano. La sonrisa y la emoción del momento. Emoción de muy difícil descripción.

Las pelotas de trapo en los recuerdos de mi padre, los señores con traje gris y sombrero, los carros de caballo, y un coche cada dos horas. Todo está atrapado en la Plaza de San Lorenzo. Las calles Conde de Barajas y Cardenal Spínola la desahogan de tanta magia. Los árboles de la misma dejan pasar los rayos del sol sevillano justos para poder disfrutar de la cervecita de media tarde, esa hora en la que el mundo se para, y el alma efectúa su diario simulacro de descanso eterno.

Y, ya a las 0:00 de la noche de cada Domingo de Resurrección, el dolor y la magia se funden, el arte y el corazón de un pueblo se mezclan para generar una estampa irrepetible, la de María Santísima en su Soledad llegando a su barrio, a su casa. Las luces de la plaza se apagan, las saetas comienzan a resonar entre sus muros, los nazarenos asisten atónitos ya desde dentro de la parroquia de San Lorenzo. La gente, privilegiada, desde la misma plaza, los más afortunados en las primeras filas. El esfuerzo de los costaleros tiñe de dolor los agudos y graves de las gargantas de los maestros saeteros.

Quince minutos después, cuando la imagen de María descanse en el templo y las puertas del mismo se cierren, los creyentes (no todos, los más supersticiosos) se acercarán a ellas y las tocarán, embargados aún por la emoción, como compromiso de estar allí de nuevo al año siguiente. Y como petición.

February 11, 2009   4 comentarios

Un dolor eterno

En una de las películas de El Señor de los Anillos hay una escena sobrecogedora. El rey de Rohan se lamenta frente a la tumba de su difunto hijo, diciendo algo así como: “ningún padre debería sobrevivir a sus hijos”.

En ese momento traté de imaginar el inmenso dolor que se debe sentir en una situación así, y aunque obviamente no me acerqué ni de lejos, me sentí traspasado por una tristeza muy profunda.

Hoy, en el metro, he leído un extracto de una novela del fallecido Francisco Umbral, el cual tuvo que sufrir dicha circunstancia, con el agravante de que su hijo era el único que tenía. Quiero compartirlo con vosotros, por si no lo conocíais.

Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.

Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este mediodía con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar.

Francisco Umbral – “Mortal y Rosa”, 1975

January 14, 2009   8 comentarios