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Adiós Panamá, hola USA

Recuerdo que fue día de trabajo, adornado con una cena rápida con algunos compañeros, alguna cervecita que otra y una llamada a un taxi desde el hotel. Recuerdo haber ayudado al taxista a montar las maletas, ya que alguna era casi más grande que él. Recuerdo que tiró por un camino mucho más largo y en malas condiciones por no pagar 2,65 $ de peajes. Y luego cobra 25 $ por la carrera al aeropuerto. Todos lo hacen. Recuerdo que tenía tiempo de sobra, no voy a un aeropuerto apurando si puedo evitarlo. Recuerdo que facturé y me sorprendí muchísimo, pues no había leído las condiciones del vuelo, y desconocía que Spiritair cobra por maleta facturada. Menuda sorpresa. También desconocía que cuando viajas a USA tienes que dar una dirección en la que vayas a estar localizable. Aunque sólo sea un día. O inventártela. Finalmente, tras este par de imprevistos, pude facturar y entrar en la zona de embarque.

Música, lectura y el tetris del iPhone…

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…hicieron que la espera fuera agradable.

Tenía vuelo a Miami, y desde allí a Chicago. Desde la llegada a Miami hasta la salida del vuelo a Chicago sólo tendría una hora y media, pero al salir el vuelo desde Panamá con media hora de retraso, ya me di cuenta de que pillar el vuelo a Chicago iba a ser difícil. Y lo fue, vaya si lo fue. De hecho, lo hubiera perdido de no ser por la vecina del quinto. La vecina del quinto es esa mujer madura, la madre de tu primer amor, o de tu compañero del equipo de fútbol, que trabaja con ternura y pasión por lo que hace. No te das cuenta de que está, hasta que tienes un problema y ella se da cuenta. Se te acerca con un walkie-talkie en la mano y te pregunta qué te pasa, al verte dar vueltas desesperado en la cola de la aduana para entrar en Estados Unidos. Se lo conté, me dijo “follow me” y empezó a hablar por el aparato a toda prisa. Yo sólo acerté a escuchar “Chicago” y “wait” un par de veces. Lo que pasó a continuación es difícil de explicar, lo que sé es que en todas y cada una de las colas y trámites posteriores no tuve que esperar nada, todo el mundo esperaba al chico de la camiseta naranja. Poner las huellas, hacerme la foto, recoger mi equipaje, pasar el control de drogas, el de la gripe porcina, facturar de nuevo hacia Chicago (esta vez sin pagar, a pesar de ser la misma compañía, ¿será que iba corriendo y ni me enteré?, bueno, el equipaje llegó), embarcar, entrar en el avión y escuchar cómo justo detrás de mi la puerta se cerraba… todo fueron ocho minutos como mucho.

Me arrepentiría de haber cogido ese vuelo, al menos durante la duración del mismo. Fueron cerca de cuatro horas, de las cuales una, no exagero, una hora con todos sus minutos, tuvimos turbulencias bastante severas, me atrevería a afirmar. Lo pasé francamente mal.

Pero como todo en esta vida, cesaron mis sufrimientos cuando al llegar a Chicago, tras salir del pajarraco metálico e incluso antes de recoger mi equipaje, me reencontré con Mattie.

June 13, 2009   6 comentarios