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Conociendo Austria (segunda parte…)


Teníamos que abandonar Saint Gilgen. La relajación estaba haciendo de nosotros presas fáciles, pues no es fácil abandonar un lugar que hace soñar. Sus casas, sus calles, su iglesia, su silencio y tranquilidad, sus gentes… hacen de este pueblo un sitio ideal para perderse y simplemente, vivir, ser… claramente, había que irse.

En el primer sitio en el que paramos nos atendió una camarera como la que ven sobre estas líneas. Sí, quién me iba a decir a mi que la esclavitud infantil existía en el corazón de la Europa más rancia. Bromas aparte, casi sin querer y buscando algo con lo que saciar nuestros horadados estómagos, aparcamos el coche junto a lo que parecía ser la feria de otro pueblo de los alrededores.

 

Mirja no podía dejar de dar muestras de su indignación al recordar que esa estampa es la que la gente que no ha pisado Alemania tiene de su país. Lo pasamos bien, las cosas como son; pero confundir costumbres de una región con las del resto del país tiene que ser engorroso para los que lo viven. Sería como asociar España a un traje de flamenco y una peineta, qué error (y mira que soy sevillano)… ejem, ejem. Ojalá todo el mundo supiera pasárselo tan bien como los bávaros y los andaluces. Ojalá los andaluces tuvieran Andalucía como los bávaros tienen Bavaria.

 

Poco después (exactamente unas salchichorras y cervecitas después, amén de su kilometraje correspondiente) llegamos a Salzburgo, esta sí, la patria chica de Mozart. El pijikiosco de venta que podéis ver arriba se encuentra ubicado en esta ciudad. Fronteriza con Alemania, se encuentra a los pies de los Alpes (al norte de los mismos).

Cuenta con un centro histórico denominado “la ciudad vieja” (Die Altstadt), en el que se encuentra la gran mayoría del atractivo turístico de Salzburgo. La música clásica y el ballet se han hecho fuertes aquí.

Las fotos que podéis disfrutar junto a estas líneas están tomadas en su magnífica catedral, edificada sobre un antiguo lugar de sacrificios de celtas y romanos.

Pasear por sus calles es no salir de un contínuo asombro, al doblar una esquina, darse la vuelta y advertir un detalle que había pasado inadvertido, captar una instantánea…

De visita obligada es la estatua de la ciudad a su hijo más predilecto.

¿Alguien sabe jugar al Skat, por curiosidad?

 

En cualquier caso, tras un largo paseo, degustar algún heladito (increíblemente baratos allí), y conversar sobre lo pequeño y grande que es el mundo a la vez, nos dirigimos a Innsbruck.

Y, de allí… al Valle del Stubai… por el camino hicimos alguna que otra parada:

 

0 comments

1 David { 12.04.06 at 11:30 }

Veo que tuviste un tiempo estupendo. Te hubiera recomendado visitar tambien las minas de sal en las montañas de Salzburgo, no son tan impresionantes como las de Cracovia, pero merecen la pena.