Imagen de cabecera aleatoria... ¡Pulsa F5 si quieres ver otra!

En la soledad de Babel

Si algo tengo claro es que nací sólo, vivo sólo y moriré sólo. Es tan sencillo como eso. Pueden resultar hirientes estas palabras a la vista de mi madre, por ejemplo, que me trajo a este mundo. A los ojos de mi padre, que colaboró de forma indispensable. De mi novia, con la que comparto mi diario devenir… no quiero que se me malinterprete. ¿Qué son las relaciones humanas?. Alguna vez, quien más quien menos ha tenido la conciencia clara de que está sólo en el mundo. A esa sensación me refiero.

La vida es un estado en el cual la soledad de antes de nacer (la peor, pues no se basa ya en la ausencia de compañía, sino en la ausencia de uno mismo) es interrumpida por una soledad compartida, pero sólo momentaneamente, para posteriormente volver a la primitiva. Es una perspectiva demasiado dura, cruel y descarnada.

La Biblia, como cualquier otro libro sagrado, no es más que la biografía de los intentos del ser humano por adaptarse de la mejor forma posible a ese estadío intermedio entre las ausencias de uno mismo. Y hay que reconocer que se han hecho grandes progresos. El hecho de que se hayan conseguido por la evolución del pensamiento, de la inteligencia emocional, de la gregaria certeza de que la panacea vital sólo se puede alcanzar en sociedad… o por inspiración divina en los autores es algo que escapa al ámbito de nuestra soledad actual. Cada cual que se acompañe de quien quiera y como quiera.

Uno de los pasajes de la Biblia que más me han hecho deambular interiormente es el de la Torre de Babel. Mencionada tanto en el Génesis como en el Apocalipsis, la veo como una advertencia clara. No busquéis lo que no podéis encontrar. Sería magnífico poder ver a Dios, poder confirmar que existe, y así saber que esta soledad compartida, que ya mejora la anterior, es sólo el preludio de un estado ulterior que nos asegura la ausencia de soledad, de miedo… eso que alguien ha dado en llamar felicidad pero que nadie sabe lo que es realmente.

Es significativo el destino de la torre. Emprendida como una obra comunitaria, por parte de gentes que hablaban el mismo idioma y veían la realidad conforme al mismo esquema mental, es abandonada por la fractura de esa cohesión social. Dios disgrega de forma irrevocable la comunidad, con el subterfugio de cambiar los idiomas que hablan sus integrantes, provocando entre los mismos incomprensión, división y, en definitiva, soledad: se ha perdido el componente agradable de pertenencia al rebaño. Ya no somos. Vuelvo a ser sólo yo. Es una gran lección. Las tormentas, piedras, rayos y hachas estridentes sedientas de catástrofes y hambrientas que en el apocalipsis acompañan al final de la torre no son más que la rúbrica estética al final de lo que no tenía que haber empezado.

Acabo de tener una conversación muy significativa con alguien con una mente bastante inquieta. Me decía… ¿cuántas horas tiene una semana?. 24×7=168. Ok, pongamos 8×7=56 horas de sueño. 8×5=40 horas de trabajo. Habrá que comer y cenar, 7×2=14 horas más. Como hoy ya nadie desayuna en condiciones, ni mucho menos merienda, podemos obviar esos supuestos espacios temporales dedicados a mover el bigote. Mucho más difícil que todo lo anterior es cuantificar temporalmente el tiempo que una persona está desplazándose, ya sea para ir al o volver del trabajo, del restaurante en el que come o cena, del lugar en el que se ha citado con esa persona… pero no es irresponsable asumir unas 10 horas semanales de desplazamientos. Esto hace un total de 168-56-40-14-10=48 horas. Resulta que el tiempo efectivo en el que una persona se pertenece realmente es de 48 horas. 2 de cada 7 días. 20 de cada 70 años. Por mucho que vivas, a duras penas sobrepasarás la mayoría mental efectiva. Esto hace que muchas personas no se sientan sólas hasta la vejez, pues han consumido su vida yendo y viniendo, y no han tenido tiempo de acostumbrarse a su soledad. La han llevado puesta desde siempre, pero no es hasta que han empezado a mirar realmente a los ojos a la imagen del espejo que la han visto. Y puede que sea demasiado tarde.

La verdadera rebelión humana para superar esta soledad, este miedo… la única posible, nace del individuo, no de la comunidad, y es una moneda de dos caras: dolor y amor. Sentimientos que uno debe experimentar muy intensamente, para poder reconocerlos en los demás y saber asumirlos. Es la única y verdadera forma de compartir de alguna forma esta soledad que todo lo llena.

Hoy día el amor está globalizado y se ha convertido en un producto de masas. Se vende, se alquila, se presta, se intercambia. A veces con sólo miradas, otras mediante un contrato, pero todos queremos darlo y recibirlo. Es, de seguro, el camino más corto a la felicidad.

Después de ver películas como Babel, uno no puede dejar de preguntarse cuánta gente de los que nos rodean se sienten tan sólos como sus protagonistas. La mamá de alquiler mejicana, arrancada de su vida de forma brutal. El primogénito marroquí desplazado por sus hermanos en el descubrimiento de la sexualidad, y ahora hasta superado por su hermano a ojos del padre por su mejor puntería. La sofisticada americana incapaz de confiar en el agua con el que se hacen los cubitos de hielo mirando a los ojos a la muerte. La adolescente japonesa, acomplejada y virgen, y sóla por defecto de fabricación. El padre de familia marroquí, trabajando de sol a sol, con la desconfianza de la esposa, la irresponsabilidad de sus hijos. El padre de familia japonés, cuya esposa se suicidó porque decidió aligerar la pesada carga de compartir soledades forzosas por cargas familiares. El padre de familia americano, totalmente impotente para ayudar a su esposa, y desconocedor de los avatares de sus hijos.

Mires donde mires, en Babel sólo ves soledad. Dolor. La otra cara de la moneda. Hemos perdido la capacidad de interiorizar lo que se nos vende como amor. Demasiado burdo, soez y abundante para asumirlo. Pero cuando se nos pone el dolor por delante, de una forma tan evidente como lo hace esta película, no te queda más remedio que rendirte y asumirlo. Estoy sólo y jodido, pero quiero reir y llorar contigo, y aliviarte y que me alivies esta carga.

Cuando vuelva a estar ausente de mi mismo, en el cenit de la soledad, como antes de que mis padres soñaran conmigo o decidieran cuál iba a ser mi nombre, será entonces cuando conseguiremos sentirnos parte de algo. O no, pero merece la pena, mientras tanto, mirarnos de verdad a los ojos y hacer algo el uno por el otro…

January 22, 2007   Comments Off on En la soledad de Babel