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Ya el año pasado hablaba de ella en estos términos cuando divagaba sobre Pavarotti, Carusso, el cine y el amor:

Acabo de estar en una tienda impresionante, al menos para mi, fiel amante del séptimo arte (amor correspondido casi cada día, por cierto). Se llama Cinemaspop, y se encuentra en la madrileña calle de San Andrés, una de las que sale de Fuencarral, pegadita a Bilbao. Tiene carteles de películas de todos los tiempos, y de todos los géneros. Además, el dueño es muy enrollado. Lo consiguió. He pasado cerca de una hora hasta que me he decidido por los tres carteles que me he llevado, al módico (para mi) precio de veinticinco euros. Las películas destinadas a adornar mi habitación de aquí en adelante son: “Cinema paradiso“, “El séptimo sello” y “Ser o no ser“. Además, he comprado dos láminas por cuatro euros cada una: “El jovencito Frankenstein” y “Alphaville“.

Cuando quería darle un toque personal a la habitación del piso en el que pasé siete magníficos meses en la calle Robles.

Para hacer lo mismo con la habitación del piso en el que vivo actualmente (Pueblo Nuevo) me pasé de nuevo por Cinemaspop el viernes pasado. Fui con Alberto, un compi de mi excurro al que hacía tiempo que tenía ganas de ver.

Mi botín se puede apreciar en las siguientes fotografías:

Esta vez, nada de pósters, que la habitación es más pequeña y menos pretenciosa, pero he intentado sentirme cómodo entre personajes que me inspiran un montón de cosas (y todas buenas).

¿Qué os parece?. ¿Que hay colgando de las paredes de vuestra habitación?.

Malviviendo Capítulo Piloto from malviviendo on Vimeo.

Tenía grandes esperanzas depositadas en esta película, aunque no había oído prácticamente hablar de ella. 1984 fue la primera novela que leí de la trinidad distópica por excelencia (junto a Un mundo feliz y Fahrenheit 451), y tras haber leído las otras dos y haber disfrutado con la adaptación cinematográfica de Fahrenheit 451 pensaba que iba a ocurrirme lo mismo con la de 1984. Craso error.

No sé si el hecho de haber sido estrenada en el año 1984, con las consiguientes limitaciones técnicas de la época, ha hecho que pierda realismo y credibilidad, pero lo cierto es que la sociedad totalitaria que en mi mente tenía dibujada a partir del magistral retrato de Orwell se me asemeja bastante poco a la que podemos ver en la película.

Asimismo, los personajes secundarios tienen muy poco peso en la trama, demasiado poco, dejando todo el contenido en el protagonista, su amante y el alto cargo del partido que lo desenmascara.

En ningún momento se termina de dibujar con claridad la sociedad en la que se desarrolla la acción: la supuesta gran diferencia entre clases sólo queda de manifiesto en boca de los personajes, pero ni sus distintas formas de vida ni las muestras del férreo control por parte del poder político descrito por Orwell llegan a sobrecoger en ningún momento (quitando la sangría final en forma de tortura innecesariamente prolongada a lo largo de 25 minutos de metraje).

La cinta se diluye en un pseudodebate filosófico entre el protagonista y su antagonista en el Ingsoc, cuyo contenido no deja de rodearse de metáforas y citas para decorar las puertas de las neveras.

El hecho de que la tortura final al protagonista con el propósito de moldear su mente dure los ya citados 25 minutos no supone más que un triste intento de aportarle al film el dramatismo y la fuerza que los 80 minutos previos no con capaces de darle.

Realmente, lo único reseñable de la película son la belleza de Suzanna Hamilton, el gran papel que realiza John Hurt en el papel de Winston Smith y el tema central de la banda sonora (Oceania, Tis for Thee):

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El fin de semana previo al EBE me fui a Barcelona a ver a Vane, y entre paseos, mercadeo, comilonas y cervecitas, sacamos tiempo para ver Amarás a Dios sobre todas las cosas, el primer episodio de la serie El Decálogo, obra del fallecido director polaco Krystof Kieslowski.

Se trata de una ambiciosa serie en la que Kieslowski dio su particularísima visión de los Diez Mandamientos bíblicos. Sólo he visto el primero, pero doy fe de que en el videoclub Transmission, sito en la madrileña calle del Torrente, ya tienen mi encargo para hacerme con el resto.

Para este primer episodio, Kieslowski eligió una de las verdaderas desgracias que le pueden pasar a una persona. En esta vida, hay realidades negativas, hechos que te destrozan, aunque sea momentáneamente, pero no dejan de ser naturales. El fallecimiento de un ser querido es una de ellas.

Pero cuando ese ser querido es un hijo, el dolor es inmenso. No me hace falta ni tan siquiera ser padre para darme cuenta de ello. Es tantísima la ilusión que tengo por formar una familia (aunque no tenga ni pizca de prisa, todo hay que decirlo) que la mera idea de pensar en que me suceda algo así me sumerge en una tristeza insondable.

Es en este tipo de momentos cuando todo lo demás carece de significado. De un momento a otro, todo se derrumba, nada tiene sentido, y hasta respirar duele. El consuelo está en las antípodas de cualquier lugar.

Sólo estás tú. Y Dios. Ese Dios que necesariamente acudirá a tu mente, a tu corazón, bajo tu inquisidora invocación. En ese momento, tu alma se abrirá o se cerrará para siempre ante la magna e ¿irreal? presencia.

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Si existe un consuelo en ese tipo de situaciones, sólo Dios puede dártelo. Si existe.

Advertencia: los vídeos que siguen están todos en inglés sin subtítulos. Lo siento, pero no los encontré subtitulados, y el rodaje sencillamente es terrible. Ni se os ocurra ver la peli en español.

No me ha dejado indiferente, tengo que reconocerlo. Ni muchísimo menos.

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Otra vez Nick Hornby, o al menos una de sus novelas, llevada al cine.

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La habilidad para plasmar los sentimientos y las emociones que tiene este hombre está fuera de lo normal.

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Supongo que la tremenda identificación que sentí con el protagonista ayuda.