Una de las mejores cosas que me trajo el irme a Panamá fueron libros. Curiosamente. Dos buenos amigos me prestaron varios libros. El único problema es que en Panamá, aparte de trabajar y viajar a toda prisa los fines de semana (y no todos), hice poco más. Sólo conseguí leer “El sueño eterno” y algunos cientos de páginas de otros libros. Entre ellos, “Ensayo sobre la ceguera“, de José Saramago. Ya había tenido referencias sobre él, cuando en la época en que convivía con Mirja, ella lo estaba leyendo. Varias veces durante estos días me he acordado de lo que me dijo: “es demasiado duro”. Efectivamente, lo es.

Si lo he terminado es por el extraño orgullo que hace que todos y cada uno (miento, con uno no pude, pero esa es otra historia) de los libros que he empezado a leer en mi vida tengo que acabarlos. Esto hace que sea muy cuidadoso a la hora de empezar una lectura, y que no insista mucho en recibir préstamos de libros.

Leer “Ensayo sobre la ceguera” se hace un ejercicio de masoquismo emocional desde las primeras páginas. Narra una historia difícilmente reproducible en el mundo real, acotada en un país, en una ciudad, no identificados en ningún momento. Una historia que rebaja al género humano a las más instintivas situaciones, en las que se debieron hallar demasiado a menudo nuestros antepasados, y en la que desafortunadamente todavía habrá quien se sienta como en casa.

No lo recomiendo como entretenimiento, sí como, en cierta forma, un desafío personal. Pero si estáis en horas bajas quizás no sea una buena idea. Y hasta aquí puedo leer.

Es el número de horas semanales que un alumno de la Educación Secundaria Obligatoria dedica a la asignatura de Matemáticas.

Esto no es serio.

Sigo sin mucho tiempo. Hoy se me ha venido a la cabeza la obra de Lars von Trier, y por no recomendar alguna de las películas que lo han hecho famoso, que son bastante duras de ver, os aconsejo que veáis una muy atípica en su filmografía: El jefe de todo esto.

Si os digo que es una comedia, ya pensaréis que es bastante extraño.

Pero si os digo que además viéndola te ríes mucho, sé que no me creeréis, así que ya sabéis… a comprobarlo.

Toda mi vida he pensado que la suerte como algo aleatorio al cien por cien no existe. Siempre me he apuntado al carro de sentencias como “la suerte hay que buscarla”.

Pero después de leer la historia de este hombre, os aseguro que hoy creo en la mala suerte, de forma totalmente aleatoria, injusta y cruel. Rezaré muchísimo por él.

Estoy de curro hasta arriba, así que sólo quiero recomendaros un bar que me descubrió mi amigo Carlos, y al cual me encamino junto a él y a otros crápulas más en breve. No es ni muy grande, ni muy bonito, ni la comida te hace llorar de alegría. Pero aún así, es de los que no puedes dejar de visitar (al menos) una vez al mes. ¿Por qué?, muy sencillo, porque parece que estás en Granada. Pides una caña, te ponen una tapa. Pides otra caña, te ponen otra tapa. Si estás de pie en la barra. Y lo cierto es que al final te cobran lo que te bebes, no lo que te bebes y te comes. No sé cómo lo hace el dueño para ganar dinero, pero a mi desde luego me va a tener allí moviendo el bigote muy a menudo. Está aquí. Que lo disfruten.