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Posts from — July 2005

Fin de semana familiar en Cascais

Pues sí. Eso es lo que me esperaba cuando el viernes 8 de julio me encaminaba hacia Cascais, a casa de Elena, la 2ª de mis 3 hermanas mayores, y Nacho y Nachete, los hombres de su vida. Tras un viaje ya por mi conocido (sueño, minirresaca, lentillas pegajosas, sandwiches mojados…) llegué a Vila Bicuda, el complejo turístico en el que viven. Es un lugar perfecto para vivir, con todo tipo de lujos y comodidades al alcance de la mano. Pasé un fin de semana fantástico, haciendo deporte, tomando el sol en la playita y en la playa de Guincho. Como siempre mi hermana y Nacho se portaron fantásticamente bien conmigo. Y también estaba él…

¿Es o no es la viva imagen de su tito Banyú? La verdad es que no, gracias a Dios él es guapo. Pues bien, aprendí un poco más del que será pronto (ya lo es) la atracción de cualquier reunión. Siendo hijo de quien es, vaticino que este niño no dejará indiferente a nadie cuando crezca. A buen… pocas…
Pues eso. El lunes 11 de julio me encaminé a Sevilla, a mi gordita… El martes 12 de julio me confirmaron que he obtenido una beca Icex de Informática en Bucarest (Rumanía). Al principio me dio un bajón bastante grande al enterarme del destino, pues me había hecho muchas ilusiones con Tokyo, Washington, etc… y demás destinos que se ofertaban. Pero la verdad es que no los merecía: no preparé ninguna de las 3 pruebas que tuvimos que realizar los candidatos. Y hay gente que se ha quedado fuera. No tengo derecho a quejarme. Se trata de bastante dinero, una oportunidad única de crecer profesionalmente. Y además, el país no está nada pero que nada mal. Sólo hay que quitar las 3 cosas que afloran en la superficie (Drácula, gitanos y Gica Hagi) y escarbar un tanto para darse cuenta de que esconde miles de encantos. De muestra un botón. No adelanto acontecimientos. Ya iré posteando todo lo que me ocurra en mi periplo rumano. El mes de setiembre tengo un curso de formación en Madrid, y en octubre ya tengo que estar en Bucarest. Una aventura sin duda…
Y estos días desde que llegué de Cascais hasta la fecha, 29 de julio, no han tenido precio. Disfrutando de mi niña, Macarena, ya nos lo merecíamos. De la familia. Del sol en la piscina. Del sol por la montaña con mi bicicleta. Del sol jugando al Ping-Pong. Del sol de recados. Del aire acondicionado en los poquísimos ratos de estudio que estoy sacando. Días de ocio y lectura (anoche acabé El Ocho)… días de vida distendida. Que llegarán a su fin el próximo lunes 1 de agosto, cuando vuelva de Tarifa y Algeciras, ciudades a las que me voy en una hora, nada más que ponga punto y final a este post y recoja a mi preciosa amiga.
Os cuento…

July 29, 2005   Comments Off on Fin de semana familiar en Cascais

Salamanca

El viaje a Salamanca duró aproximadamente 6 o 7 horas. No por la distancia en si, sino por el cansancio acumulado, las malas carreteras, y la poca prisa con la que encaré el desplazamiento. Después de no haber dormido casi nada, camino de Logroño casi me da algo, por esas carreteras navarras. Casi en cada área de descanso paraba, me comía un sandwich con agua (el hielo ya se había derretido) y echaba una cabezadita de 15 minutos que me servía para cansarme más, tener dolor de cabeza y las lentillas pegadas a los párpados. Además, al no confiar en la profundidad de mi sueño, me tenía que encerrar en el coche, y eso al inmisericorde sol de España el día 7 de julio de 2005 me supuso unos 15 kilos menos de lo que sudé. La verdad es que no guardo buen recuerdo del viaje desde Pamplona a Salamanca. Lo único positivo fue el trato recibido por Gonzalo de Mosteyrín, un amigo que vive en Burgos. Me invitó a un cafelito reparador y unas pastas, amén de compartir una agradable conversación que hizo que mi cabeza pudiera funcionar al margen de mis pensamientos aunque fuera por unos minutos. Antes, en una parada en Logroño para comprar agua, tuve noticia de los atentados de Londres (7-J). Sin palabras. Por cierto, increíbles los campos de La Rioja. Brutales. Al vislumbrar Salamanca en la lejanía me desperecé un tanto, y comencé a dar vueltas con el coche en busca de un hostal. Como mi suerte y yo somos uno, y de momento el idilio entre ambos va viento en popa a toda vela, al detener mi coche delante del primer hostal que vi, a 3 minutos andando de la Plaza Mayor, y preguntar por habitaciones, me dijeron que tenían 1 libre por 16 €. Jejejeje. Evidentemente no lo pensé mucho, descargué el coche, me di una ducha y cené doritos junto con mis ya familiares sandwiches mojados. Entre pitos y flautas, me di cuenta de que eran ya cerca de las 23 de la noche. “Uuffff”, pensé, “mañana me voy a Cascais, 6 o 7 horas de viaje… si no salgo esta noche no voy a ver nada de Salamanca.” Esta reflexión me la hacía, todo hay que decirlo, después de darme una ducha y mientras intentaba localizar algún canal en el televisor del hostal, tirado en la cama. Y sólo. No conocía a nadie que estuviese en Salamanca en ese momento. Pero claro, eso no era impedimento. Así que me vestí física y psicológicamente, y salí a la calle dispuesto a comerme Salamanca de noche, y ver lo máximo que pudiera de la ciudad. Los bríos que llevaba al bajar las escaleras del hostal se esfumaron cuando puse un pie en la calle y observé que estaba semidesierta, poco iluminada, y que hacía un frío considerable. Y seguía sólo. Estaba a punto de dar media vuelta y desistir (23:20 + o -) en mi intento cuando noté el mapa de Salamanca que me había dado la chica de recepción, y que ocupaba inerte el bolsillo trasero derecho de mi pantalón. Lo saqué, me situé en el mismo y me di cuenta de que la Plaza Mayor sólo distaba unos minutos del punto en el que me encontraba. Para los que no lo sepáis (como no lo sabía yo en ese momento), la Plaza Mayor de Salamanca es de las más espectaculares de España. Es una plaza en toda la dimensión de la palabra. Y este año se cumple, además, el 250 aniversario de su construcción, por lo que está mejor cuidada, si cabe, de lo que acostumbra. La uniformidad del estilo, la majestuosidad de sus líneas, sus dimensiones, la atmósfera que se respira encerrado entre sus arcos… te traslada a otra época. Miles de americanos toman Salamanca en los meses de julio y agosto, atraídos por los cursos de verano de Castellano de la Universidad de Salamanca, y por la marcha de la noche salmantina (esto último en mayor medida). En estas estaba, cuando me decidí por fin a salir de la Plaza Mayor, en dirección a la Casa de las Conchas. Guiado por el mapa, no tenía miedo a perderme, aunque no se veía casi nadie por las calles. Era jueves. ¿Las 23:45? Podrían ser. O las 0:00. Pues eso, que no tenía miedo a perderme, pero igualmente, me perdí. El mapa era pequeño, de esos en los que algunas calles desaparecen, y en los que las que aparecen lo hacen carentes de nombre. Cuando empezaba a desesperarme, una chica me adelantaba por la izquierda. Caminaba con la seguridad de quien sabe hacia dónde va. Y eso era exactamente lo que yo iba buscando. Alguien que supiera hacia dónde ir. Lo que no esperaba es que mi suerte me llevase tan lejos esa noche. Al interrogarla sobre el paradero de la Casa de las Conchas, me dijo algo a lo que ya me he acostumbrado: “Voy hacia allí, has tenido suerte. Venga vamos…”. Sorprendido de que hubiera alguien tan friki como yo para ir a ver la Casa de las Conchas un jueves a las tantas de la noche (y encima siendo de Salamanca), me aclaró que el lugar, además de Biblioteca Pública, se solía usar para determinados actos culturales. Como el Ciclo de Conciertos de Música Electrónica que estaba teniendo lugar esos días. De hecho, nos dirigíamos hacia uno en esos momentos. Ya empezaba a pintar bien la cosa. A medida que caminábamos y charlábamos, pensaba que cuando llegásemos a la Casa de las Conchas nos despediríamos y le daría las gracias, como cicerón eventual y turista despistado que éramos. Pero no fue así. Me ofreció presentarme a sus amigos (y todavía no sabía ni su nombre). La mejor de mis sonrisas se dibujó en mi careto. Cosa bastante comprensible si se tiene en cuenta que estaba ante la oportunidad de disfrutar de una cervecita fresquita rodeado de salmantinos/as, en el interior de la increíble Casa de las Conchas, y disfrutando de un concierto de música electrónica. Cómo pueden cambiar las cosas en cuestión de minutos. Pero hay que intentarlo. Efectivamente, me presentó a sus amigos y estuvimos un buen rato charlando. Ella (Sonia, magnífica), y él (Luis, genial) fueron los únicos que aguantaron después de la cervecita conmigo, y se ofrecieron a enseñarme algo de la ciudad. Paseando, y después de dudarlo por algunos instantes, se animaron a tomar un par de copas y hacer de guías noctámbulos. Antes, condición sine qua non para todos era cenar algo. Bocata jamón york y queso que te crió. Después fuimos a un garito, seducidos por un relaciones públicas drag queen que daba asco. No por drag queen, sino por vicioso. Eso sí, tenía gracia. Así que entramos, pedimos unas copas y comenzamos a bailar. Nos hicimos un “tatuaje” cada uno, de esos en plan cuasicalcamonía. Aquí os dejo el doloroso momento en el que me “imprimían” en el brazo los “kanji” que componían mi tatuaje.

Seguimos charlando. Riendo. Fumando. Bailando. Sonia: “Me tengo que ir, que tengo que trabajar mañana.” En el cénit de mi egoísmo, tuve miedo de que la noche estuviese llegando a su fin. Pero por lo visto Luis no tenía tal intención. Después de despedir a Sonia (muchas gracias, eres muy grande, vueles o andes, vayas o vengas, vivas o sueñes…), Luis se tomó en serio lo de guía alcalino y creo que me llevó a todos los locales de la ciudad, pasando por Camelot, ¿cómo no?. Lo que ocurre es que no pude seguir su ritmo de prive, porque no tenía cuerpo (vente a la feria 2007, que te vas a enterar; la de 2006 estaré fuera). Acabamos en una fiesta de la espuma, brutal. A las 6 de la mañana, cuando salimos de allí, estábamos totalmente cubiertos de espuma, y empapados. La ropa pegada al cuerpo. El viento helado arreciaba. El trayecto hacia el coche fue inolvidable, en contraposición al rato tan sumamente agradable que acabábamos de pasar. Llevé a Luis a su casa, en la otra punta de Salamanca, y fuimos a un “after” (jejejejeje) a tomar la última birrita. Un rato de conversación distendida cerró lo que fue una noche magnífica. Nos despedimos, me encomendé a mi suerte y a las indicaciones de Luis, que me llevaron rápidamente al hostal, y me fui al sobre. Sobre las 11:30 me levanté, me di una ducha rápida y me monté en mi Saxito dirección Portugal. Pero eso ya es otra historia y como tal… sí, debe ser contada en otro post.

July 25, 2005   Comments Off on Salamanca

En Sanfermines (y tercera parte)

… y después de 45 minutos (no es una exageración, fue la dura realidad) dando vueltas, conseguí aparcar el coche, en curva pero en todo el centro de Pamplona (calle Amaya, o Amaia Kalea). Pues bien, salí del coche y la primera sensación extraña que tuve fue la de andar sólo rodeado de miles de personas que reían, cantaban, bailaban… y todos en grupo. Me paré a buscar alguien que fuera sólo y no encontré nadie. Sólo yo. Triste, la verdad. Así pues, me puse a llamar a unos cuantos, para restregarles que estaba en Sanfermines y ellos no. Ya que no lo pasas bien, haz creer a la gente que sí. Fui a una plaza bastante importante, con un “kiosco” en el centro en el que había una agrupación municipal interpretando música típica navarra. Autóctonos y yankis bailaban formando una mezcolanza bastante parecida a la que se puede ver en una caseta en plena feria de abril. Montones de basura era arrinconados, pero a duras penas se podía mantener medianamente limpio el pavimento. Un señor ya entrado en años, disfrazado de Maradona y con un balón del Plus (casi casi) hacía ímprobos esfuerzos para mantenerlo en el aire ante la divertida mirada de quienes por allí pasaban. Era un espectáculo un tanto patético, pero servía para dar una nota de color más a la marea humana. No pude resistir la tentación y tuve que comprar un pañuelo rojo. Pero cuando fui a ponérmelo me sorprendí mirando a todo el mundo para ver cómo lo llevaban exactamente. En estas andaba yo cuando un señor me vio y me ofreció su ayuda. Formaba parte de un grupo de matrimonios (de los de toda la vida), y me preguntó por mi procedencia mientras decidía el número de nudos que le hacía al pañuelo. Concluyó que allí en Pamplona eran necesarios dos, no creía que nadie intentara quitármelo. A esta altura de reflexión estaba cuando pronuncié la respuesta a su pregunta: “De Sevilla”. Y su réplica me dio ganas de meterle el pañuelo en la boca: “Si estuviéramos allí tendría que hacerte 7 u 8 ¿no?”. No deja de ser grosera una afirmación así, además de injusta. He de decir que en 24 ferias de abril que llevo nadie nunca me ha robado nada, al menos que yo recuerde, ni lo ha intentado. Pues bien, una noche en Sanfermines me sirvió para darme cuenta de cómo alguien intentaba abrir mi riñonera, mientras bailaba con unas amigas y la tenía cruzada a la espalda. Para ser justo debo aclarar que la persona en cuestión tampoco era Pamplonica, a todas luces. Pero la imagen que tiene la gente de Sevilla llama cuando menos la atención. Al menos me di cuenta a tiempo y al pobre infeliz no le quedó otro remedio que irse silbando cual angelito en mañana de domingo. Qué cara hay que tener. Esto fue horas después del incidente del pañuelo. Ya había quedado con Myriam y las amigas, había asistido a los fuegos artificiales (los mejores que he visto nunca con diferencia), y habíamos estado bebiendo calimocho por las calles de Pamplona. El resto de la noche la recuerdo difusa, no por el alcohol (no bebí gran cosa) sino porque tengo muchas imágenes, personas y lugares agitados en mi mente y no soy capaz de poner mucho orden. Entre las cosas a reseñar fue la calidez que mostraba la gente al decir que era del Sevilla (a raiz del “hermanamiento” Biris Norte – Indar Gorri de hace unos años): Conocí a dos de los integrantes de esta peña ultra de Osasuna, uno de los dos batería de un grupo llamado Marea. Lo cito aquí porque él insistió mucho en este detalle, haciéndome ver que pronto sonarían a nivel nacional. A saber. Agradecer también a Myriam y su amiga Teresa lo bien que se portaron conmigo, y a María San Gil y Ainhoa su paciencia explicándome los pormenores de la fiesta. A las 7:30 ya todas se habían ido y sólo quedaba el de siempre. A las 8:00 comenzaba el encierro. Sabía que a las 12:00 estaría abandonando el hostal en dirección Salamanca. No podía irme todavía a dormir. Tenía que asistir al encierro. En la calle, si no corres casi no se puede ver, porque los guiris se pegan desde las 6 de la mañana guardando los pocos sitios desde los que se ve algo (“gracias” al vallado doble). Así pues, sólo tenía dos opciones, o correr o pagar 5,5 € para verlo llegar dentro de la plaza (la mañana del día 7 y el fin de semana no es gratuito). No voy a decir que no me diera miedo, pero la principal razón de escoger la segunda opción fue que le había prometido a Maca que no iba a correr (sí, ya, claro…). La cuestión, que sobre las 8:05 y después de aguardar 5 largos minutos, los toros hicieron su aparición en la plaza. Y menos mal que no estaba bostezando en ese momento, porque si no es que ni los hubiera visto. Rápidamente fueron conducidos al corral. Poco a poco el ruedo se fue llenando con los corredores de ese primer encierro de San Fermín 2005, con caras alegres pero fatigadas, seguramente porque habría más de uno sin dormir y por la tensión vivida, más que por la longitud del camino. Como curiosidad reseñar que hay gente que entra “a correr”, pero lo que hacen es irse a la puerta de la plaza, de manera que cuando en el otro extremo del recorrido salen los toros en dirección a ese lugar, y las puertas de la plaza se abren para recibirlos, los que estaban allí esperando entran en la plaza, libres de todo peligro, y gratis pueden ver lo que yo vi. Novatada. En cualquier caso no es algo que piense hacer en un futuro próximo, habida cuenta del recibimiento que a estos personajes se les dio por parte del público que abarrotaba las gradas, entre los que me contaba. “Cobarderl” fue lo mínimo que se les dijo. Tras la entrada en el corral de los toros, se saca unas vaquillas para que los mozos las esquiven y el público se divierta viendo los revolcones que algunos se llevan. Las gafas de sol que llevaba en la riñonera y un paquete de pipas de 5 duros (perdón, X céntimos) fueron mi atrezzo durante tan agradable rato. Terminado, regresé al coche sin mayores problemas y al hostal, en el que dormí por espacio de hora y media antes de reemprender la marcha en dirección Salamanca. Pero eso ya es otra historia, y como tal debe ser contada en otro post…

July 20, 2005   Comments Off on En Sanfermines (y tercera parte)

En Sanfermines (segunda parte)

…en esas me veía dando vueltas con el coche en una ciudad del todo desconocida para mi, pero en la que todo me asombraba. Desde la cantidad “de verde” natural, hasta la cantidad de peña vestida como mandan los cánones. Sé que igual soy pesado, pero resulta impresionante ver a todo el mundo por la calle vestido igual. Es una tontería, pero el impacto visual es grande. Detuve el auto frente a algunas fondas y hoteles con pinta regular (que era lo que yo buscaba, €€) pero las respuestas me desanimaban (“estamos completos”, “mañana hay una por 150 €”…). Así, ya estaba pensando meter el coche en un parking público toda la noche. Pero decidí que esa sería mi última opción, pues las cosas seguirían estando en el coche, “extranjero” para empeorar la situación. Así, se me ocurrió la idea de tomar la carretera de Francia e ir parando en cada uno de los puebluchos que encontrase en el camino, preguntando en los hostales o pensiones que encontrase a mi paso. Total, era temprano todavía, me parece recordar que las 16:30 de la tarde (vaya caló por cierto que hacía, luego dicen del sur). Y mi plan para por la noche era la soledad. La única persona que conocía (sólo la había visto una vez) que estuviese en Pamplona ese día era Myriam, una amiga de Maca. Esta última, como siempre, sacándome las castañas del fuego, me dio el teléfono de Myriam para que no terminara hablándole a las farolas. Porque Pamplona en Sanfermines es la caña y tó lo que tú quieras, pero sólo te aburres igual que un domingo de lluvia sin luz en casa. Que me desvío. Nada más salir de Pamplona, dirección Francia (aunque dependiendo de por dónde salgas) te encuentras el pueblo de Miguel Induráin, Villava. Pues bien, me pareció digno de entrar. Y entonces ocurrió. Vi a una chica bajarse de un coche y sin saber por qué ni cómo ni cuándo bajé la ventanilla del mío y le dije: “Perdona, ¿Sabes dónde hay un hostal por aquí cerca?”. Cuando todavía no había logrado explicarme a mi mismo qué esperaba obtener de preguntar a la 28ª persona que veía en un pueblo al que sólo había entrado para saciar mi curiosidad después de esas buenas tardes de gloria que nos dio Miguelón, todos los vellos del cuerpo se me erizaron al oir la siguiente respuesta: “Has tenido suerte, trabajo en uno. Está ahí detrás. Además, acaban de anular una habitación para esta noche, ¿no pretenderías encontrar algo en 20 km a la redonda, no?” Cuando peor están las cosas, “mi suerte” acude pronta en mi ayuda. Total, que la seguí, pagué los 35 € por la habitación (con baño en el pasillo) del humilde Hostal Obélix, me di una ducha y me eché una reparadora sistecita de una corta hora. Dejando la cosas a buen recaudo, con mi nevera de sandwiches un tanto mermada en existencias pero con la moral por las nubes emprendí la marcha, ahora dispuesto a quedarme, a la fiesta de las fiestas en Pamplona…

July 16, 2005   Comments Off on En Sanfermines (segunda parte)

En Sanfermines (primera parte)

Pues bien, cuando abandonaba Zaragoza la mañana del 6 de julio poco podía yo imaginar lo que se avecinaba en las horas que siguieron. Y es que tendría que haber tenido mucha imaginación. Aún seguro de haber olvidado muchos detalles por la pereza que he tenido estos días a la hora de postear mis vivencias en Sanfermines, pero también seguro de que el nº de detalles que terminan en la inopia crecerá si no lo hago ya, vamos a ello. Prosigo. He de decir que me estaba saliendo del presupuesto en los gastos de viaje, así que preparé en casa de María, la noche antes, 23 (no es un número al azar, los conté) sandwiches, de 2 tipos, jamón york & queso y salami. Es importante para explicar sucesos que ocurrieron con posterioridad, pero eso ya será en posts venideros. Los metí en 2 bolsas de plástico, rodeados de cubitos de hielo, en la nevera que, como hombre previsor, había traído desde Sevilla. La alegría me embargaba al pensar que hasta que llegase a casa de mi hermana en Cascais no iba a gastar 1 € en comida, y cuando llegase menos aún. No advertía en ese momento las graves consecuencias que esta dieta me acarrearía con el paso de los días y las ciudades. Pues bien, y cambiando un poco el tercio. Mi respetadísima compañera de existencia Macarena me regaló cuando estuve en Irlanda una camiseta del equipo cuya afición despierta en mi una mayor admiración, el Celtic de Glasgow. Como algunos sabréis, la camiseta de este equipo es verde y blanca a rayas, y aunque estas rayas son horizontales y no verticales, bien podría inducir a pensar inconscientemente en la camiseta del Real Betis después de un primer vistazo. Pues bien, no se me ocurrió otra cosa que elegir tal uniforme para ponerme cuando salí de Zaragoza esa mañana. Así, al llegar a Pamplona, la segunda decisión “feliz” del día fue dirigirme directamente al centro de la ciudad con el coche, sabedor de que me iba a resultar muy complicado encontrar algún sitio para pasar la noche (yo no, más bien el portátil y el traje, que llevaba en el coche y me negaba a dejar en plena calle), pero con muchas ganas de ver el ambientillo de Sanfermines antes de emprender tan ardua tarea. Así, y siguiendo los carteles de Centro Ciudad terminé inmerso en una marea humana de gente vestida de unos colores preciosos, el blanco y el rojo. La alegría se reflejaba en sus rostros, en algunos casos moteada por calimocho, en otras, muy fresca y natural. Hasta que dejó de ser así. No puedo asegurar en qué momento caí en la cuenta del craso error que había cometido, pero sí que puedo afirmar que lo que sentí fue algo muy parecido a lo que en psicología se llama “miedo insuperable” (al menos lo describe bastante bien). Y es que ni hacía un mes el Betis le había arrebatado a Osasuna de Pamplona la Copa del Rey, en la única final de la historia de los pamplonicas. Y yo me hallaba en un coche con matrícula de Sevilla, y una camiseta que a buen seguro y por efectos del alcohol más de 1 y más de 2 confundieron con la del segundo equipo andaluz en palmarés (en todas las categorías). Y para colmo de males, yo soy sevillista. Así, estuve a punto de llevarme un buen disgusto. No sé en qué se podrían haber traducido las caras mezcla de tristeza e indignación que vi a mi paso, pero por si acaso y en cuanto el semáforo encendió su luz verde la pericia en una maniobra de escape por la calle más desierta que vi me condujeron a las afueras de la ciudad, lugares que acogí con más alegría si cabe que las primeras siluetas vestidas de blanco y rojo a mi llegada a Pamplona. Así transcurrieron mis primeros minutos en Pamplona…

July 15, 2005   Comments Off on En Sanfermines (primera parte)