El fin de semana previo al EBE me fui a Barcelona a ver a Vane, y entre paseos, mercadeo, comilonas y cervecitas, sacamos tiempo para ver Amarás a Dios sobre todas las cosas, el primer episodio de la serie El Decálogo, obra del fallecido director polaco Krystof Kieslowski.

Se trata de una ambiciosa serie en la que Kieslowski dio su particularísima visión de los Diez Mandamientos bíblicos. Sólo he visto el primero, pero doy fe de que en el videoclub Transmission, sito en la madrileña calle del Torrente, ya tienen mi encargo para hacerme con el resto.

Para este primer episodio, Kieslowski eligió una de las verdaderas desgracias que le pueden pasar a una persona. En esta vida, hay realidades negativas, hechos que te destrozan, aunque sea momentáneamente, pero no dejan de ser naturales. El fallecimiento de un ser querido es una de ellas.

Pero cuando ese ser querido es un hijo, el dolor es inmenso. No me hace falta ni tan siquiera ser padre para darme cuenta de ello. Es tantísima la ilusión que tengo por formar una familia (aunque no tenga ni pizca de prisa, todo hay que decirlo) que la mera idea de pensar en que me suceda algo así me sumerge en una tristeza insondable.

Es en este tipo de momentos cuando todo lo demás carece de significado. De un momento a otro, todo se derrumba, nada tiene sentido, y hasta respirar duele. El consuelo está en las antípodas de cualquier lugar.

Sólo estás tú. Y Dios. Ese Dios que necesariamente acudirá a tu mente, a tu corazón, bajo tu inquisidora invocación. En ese momento, tu alma se abrirá o se cerrará para siempre ante la magna e ¿irreal? presencia.

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Si existe un consuelo en ese tipo de situaciones, sólo Dios puede dártelo. Si existe.