Chicago
Mattie es una persona muy especial en mi vida. La conocà el año pasado, en Sevilla, en mi primera quedada con un chico norteamericano con el que una organización estudiantil me habÃa puesto en contacto para practicar inglés. Es una persona que conjuga varios factores, muchos, que me congratula encontrar en el prójimo. Es difÃcil mantener latente una estrecha amistad a tantos kilómetros de distancia, pero (no sé muy bien cómo) lo hemos conseguido. Se volcó (junto a su familia) con mi visita de una forma increÃble, superando mis previsiones más optimistas. MuchÃsimas gracias, a ti y a tu maravillosa familia.
Estuvimos tres dÃas en Chicago, en los que me dio tiempo a probar múltiples hamburguesas extrañas: o eran vegetales, o venÃan acompañadas de ajos casi tan grandes como las propias hamburguesas.
Disfruté de la magnÃfica cerveza local, 312, asà como algunas otras elaboradas en el mismo restaurante que la anterior, Goose Island.
Fuimos a tomar el mejor brunch de la ciudad y a ver un partido de béisbol en el estadio más antiguo de todo EEUU (con equipo en las grandes ligas).
Paseamos por Navy Pier, bordeando el lago Michigan. Casi nos perdemos por Millenium Park, donde fuimos conquistados por la belleza y originalidad de una inmensa judÃa.
Condujimos arriba y abajo por Lake Shore drive, quedando maravillados por la majestuosidad del estadio Soldier Field y por la ingente cantidad de personas haciendo deporte. Cenamos con Allie, una de las hermanas de Mattie, que vive en Chicago. Fuimos a tomar unas cervezas y pegarnos un bailoteo a un bar en la frontera de Boystown, después de conversar un rato y tomar una copa en el apartamento de un amigo, con unas vistas nocturnas impresionantes del skyline de la tercera ciudad más grande de Estados Unidos.
Compré un vaso de chupitos en el Hard Rock a petición de un amigo panameño, y mi primer par de pantalones y zapatos en un par de años. Alucinamos con los bajos precios de las tiendas Apple y Nike en la milla magnÃfica de la avenida Michigan. Mattie me obligó a ver los dos primeros episodios de Prison Break. Me sobrepuse a mi alergia a los gatos, gracias en parte a chutes de Benadryl. Tomamos chupitos de tequila. Condujimos con y sin gps. Nos perdimos. Nos encontramos. Montamos varias (muchas) veces en el metro de Chicago, que es externo y se conoce como “El”, por elevated. Anduvimos muchÃsimo, hasta que nos dolieron los pies.
Y, cómo no, subimos a la Torre Sears, un edificio más alto que las Petronas o las desaparecidas Torres Gemelas, siendo actualmente el más alto de EEUU y el cuarto más alto del mundo.
Resumiendo, y a falta de recibir algunas de las fotos que hizo Mattie (en la siguiente parada del viaje me compré una magnÃfica cámara de fotos), disfrutamos de tres dÃas maravillosos en una ciudad que me sorprendió muy positivamente. Una ciudad que me pareció fantástica para vivir, a pesar de ser muy grande.
Por último, y como se hizo normal a la postre en todo nuestro periplo norteamericano, casi perdemos el tren que nos habÃa de llevar a nuestro siguiente destino, Champaign.
June 16, 2009 11 comentarios