El resto del día me dediqué a pasear de vuelta a la estación de trenes, ya que la hora de salida de mi tren de vuelta se acercaba peligrosamente. Tenía dos paradas planeadas, no obstante.

Mientras meditaba si pagaba los 1.5 € que vale la entrada en la Casa de Don Bosco (desde la que se disfruta de una vista del Tajo de Ronda privilegiada) una voz exclamó a mi espalda: “¡Banyú!”. Era mi primo Carmelo, con su mujer Lola, los niños y unos amigos. Ellos estaban pasado el fin de semana entero en Ronda. Estuvimos charlando un rato y al final decidí que tenía que entrar en la Casa de Don Bosco. La verdad es que por 1.5 € merece la pena. Bonito patio, fabulosas vistas y la casa en si también es curiosa.

Estoy especialmente orgulloso de esta panorámica que tomé con Pano, un magnífico programa para iPhone.

La verdad es que el Puente Nuevo impresiona, parece sacado de Gondor.

Tras este breve pero agradable encuentro familiar y tras disfrutar de las vistas desde la Casa de Don Bosco, me encaminé a la Real Maestranza de Caballería de Ronda.

Lo cierto es que no soy un acérrimo de los toros, pero hubo una época en la que disfruté muchísimo con mi padre de la Fiesta Nacional. Era la época en la que Canal+ nació, y mi padre y yo nos solíamos concentrar delante del televisor durante toda la Feria de San Isidro.

En aquella época aprendí todo lo que sé sobre el mundo del toreo (que no es mucho, todo hay que decirlo). Creo que dejé de verlo como acto de rebeldía adolescente, como una más de las manifestaciones del pájaro que abandona el nido. A día de hoy no me queda una gran afición a los toros, pero sí un cariño latente.

Y por supuesto no puedo entender la saña con la que algunos han atacado la fiesta, particularmente en Cataluña. Después de pasear por el ruedo y disfrutar de la curiosa acústica de la plaza (hay que ver el vídeo hasta el final)…

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…me encaminé al museo de la plaza. En él aprendí, entre otras cosas, sobre el origen de las corridas goyescas, nacidas (o retomadas) de una idea del maestro Antonio Ordóñez, sobre las dinastías Romero y Ordóñez, sobre el uro.

Y poco más que contar. El cansancio arreciaba, y la hora de salida del tren de vuelta se acercaba cada vez más, así que caminé hacia la estación.

Llegué, me monté en el tren, me quedé medio dormido durante el trayecto y poco después me veía en el mismo lugar que casi once horas antes, pero con la sensación de que once días habían pasado.

Yo no sé a vosotros, pero a mi esa sensación me encanta.