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Primer mordisco

Pues sí, hoy es lunes, son las 12:39 am en Bucarest, una hora menos en España. Es curioso, uno piensa que cuando salga de España se librará del “una hora menos en Canarias”. Efectivamente no lo escucha en ningún sitio si vive en Bucarest. Pero le resulta inevitable, al mirar la hora en cualquier momento del día, pensar “una hora menos en España”.
Este fin de semana he tenido mis primeros contactos serios con la ciudad; le he dado el primer mordisco, podríamos decir, aunque también me he llevado el primero por parte de un perro. Volvía de un largo paseo dominical cuando lo vi. Iba hablando por el móvil con el becario Icex de inversiones, Adrián, lo cual le otorgó un matiz más dramático si cabe a los acontecimientos. Iba narrando la experiencia con interjecciones de todo tipo a la vez que se iba sucediendo. Los escasos testigos ni se inmutaban, deben estar acostumbrados. Adrián reía. Reía mucho, bastante. Pero sigamos: el perro estaba en mi camino. Decidido a seguir al pie de la letra las instrucciones de los españoles que han estado por algún tiempo en Bucarest, traté de no echarle cuenta. Me desvié un pelín a la derecha, para no tocarlo, y seguí hablando por el móvil, tratando de parecer despreocupado. Pero ladró, y se me acercó. Me cagué vivo. Olió el miedo. Comencé a andar más rápido. Él dio un par de pasos perrunos rápidos y quiso hundir sus dientes en mi gemelo izquierdo. Los llegué a sentir. Quité la pierna como si tuviera un muelle en el abductor y le endiñé un patón. Qué lástima que le pilló de refilón. Se alejó un poco pero siguió amenazándome con ladridos y conatos de echar a correr hacia mi. Yo no me hice de rogar y me cambié de acera raudo y veloz, con las risas de Adrián y el latir fuerte y acelerado de mi corazón entremezclados como únicos sonidos existentes. Y esto sucedió justo al lado de la residencia oficial del Presidente de la República de Rumanía, en la Piata Victoriei. No era un callejón cualquiera.
Pero vayamos cronológicamente. El viernes tuve tiempo de ir al NIC, mi primer supermercado rumano a hacer la compra con Ana, Adrián y Sergio. Los precios eran bastante parecidos a los de España, e incluso algunos más caros. Pero también los había inferiores, of course. Pero ni mucho menos lo que uno oye antes de venir. Ayer, hablando con una rumana que me encontré por la calle, me enteré de que la cadena NIC es de supermercados de 24 horas, y una de las más caras de Bucarest. Aquí lo más barato, por lo visto, es el Carrefour y un tal Cora.
También me instalé en el que va a ser mi piso durante el primer mes, con Ana, la becaria Icex tecnológica. El sofá-cama no es tan incómodo como se pudiera haber pensado en un primer momento. Y el salón ya viste la gloriosa bandera del Sevilla FC. Le da un toque de distinción. Pero para toque exótico de la casa, la calefacción. Consiste en 2 grandes hornos de cerámica, uno en el salón y otro en el dormitorio. En España serían reliquias. Calientan bastante, pero colocan del olor a gas que dejan, y hacen “algo” de ruido. Los caseros son muy amables, del tipo me meto en tu casa cada 2 días y no se van ni con agua caliente. Así, hemos optado por jugar al despiste con ellos y hacemos más vida en el piso de Sergio y Adrián, que está a 4 minutos andando, y bastante mejor. Las cenas españolas con timba de mus de sobremesa están a la orden del día.
Para llegar al piso el otro día cogimos un taxi. Le dimos el nombre de la calle escrito. Nos llevó a otra, cuyo nombre difería en sus 2 últimas sílabas de nuestro objetivo. Por cierto estaba en la otra punta de la ciudad. Y por cierto no nos descontó nada de la carrera. Eso sí, media hora larga en un taxi en Bucarest, 3 euros. Aunque la suerte es que pares a uno que quiera trabajar. Es la primera ciudad en la que estoy en la que un taxista se ha negado a llevarme. Quizás está fumándose un cigarro, o leyendo el periódico, o simplemente concentrado quitándose una cascarria. El caso es que la tarde del viernes se nos negaron 4 taxistas consecutivos. Hasta que encontramos al que ya he citado. Mejor hubiera sido ir “a la patína”.
El sábado tuve que ir al aeropuerto a recoger la maleta extraviada. Mejor dicho, el portatrajes. Llegó en perfecto estado. Yo al aeropuerto, también. Hay un autobús especial, que cuesta 4400 lei, es decir, 1 euro y poco más. Ida y vuelta. La leche. Tarda unos 20 minutos. Sale de la Piata Romanei, más o menos.
Me he comprado una tarjeta de móvil rumana, de la compañía Connex, que viene a ser como Amena en España. Es decir, la más económica. El número es: 0040722858624. Esto es desde fuera de Rumanía, evidentemente. Mi dirección no me la sé. En cualquier caso el mes que viene me cambio de piso, casi con toda probabilidad.
Qué sabor el de las nectarinas, al menos de las que he probado hasta ahora. Increíbles. Voy a comprar mucha más fruta para saber si es algo generalizado o se queda ahí.
En general el país me da una imagen algo triste. Y no se trata de mi estado emocional y por ello pienso así. Sólo digo que es razonablemente feo, al menos lo que llevo visto de Bucarest. Oscuro. Arquitectura bastante parecida al Bauhaus que tan sabiamente describe Carlos desde Tel-Aviv. No todo es así, pero la mayoría.
Lo bueno es la gente. Todo el mundo a quien he preguntado algo y sabía inglés ha querido entablar conversación. Te ayudan en todo lo que pueden. Pero es curioso. Hasta los mismos rumanos me aconsejan contra los rumanos. Me ha ocurrido. Ayer una chica en el metro me dijo que los rumanos eran malos. Yo le pregunté si era rumana. Me respondió que sí. Entonces me tuve que reir. Me aclaró que los rumanos eran malos, pero que ella no. Muy grande. Me despedí de ella y cuando bajaba del metro me soltó un “hasta la vasta” que casi me caigo al andén de la risa que me entró… eso fue más grande aún.
Ayer fui a Misa en una iglesia católica que conseguí encontrar. Me compré un misal en rumano y latín para poder seguir algo, porque aunque muchas palabras son parecidas el idioma no tiene pinta de ser fácil de aprender. La celebración fue muy bonita. La gente se recoge especialmente, mucho más que en cualquier otro sitio en el que yo haya estado en España. Y al final hubo una bendición bastante extraña y larga, con unos cánticos que molaban bastante. Lo que pasa es que no me enteraba de nada. Pero un momento emocionante y plásticamente perfecto. No podía ni imaginarme el mordisco que me iba a llevar luego…
Los McDonalds como siempre se imponen. Y no es mala solución para momentos de prisa habida cuenta de la tardanza increible a la hora de servir la comida que han tenido en casi cualquier restaurante de los que hemos pisado.
Esta tarde a las 20:00 vamos a jugar al fútbol-7 en un campo de césped artificial. A ver qué tal se porta mi rodilla.
Mañana os cuento…

October 10, 2005   Comments Off on Primer mordisco